martes, 12 de octubre de 2010

JavierMalonda.com Aprender a pensar (de nuevo)


Imagina por un momento que el ser humano tuviera dificultades con sus pensamientos. Imagina que pensara de una manera deficiente, mejorable. Imagina que el ser humano pudiera pensar de otra manera, de una manera más constructiva; más constructiva para él y para aquellos que le rodean. Imagina, directamente, que actualmente no supiéramos pensar o que lo hiciéramos muy mal.
Puede que pienses que esto es imposible. Piensa un poco más. Después de todo, ¿quién te ha enseñado a pensar? Probablemente tú mismo, y lo mismo sucedió a tus padres, a tus abuelos y a todos aquellos que vivieron antes que tú. Cada uno tuvo que aprender a pensar por sí mismo. De la misma manera que nadie nos enseña a hablar, sino que aprendemos sobre todo por imitación, nadie nos enseñó a pensar. Debimos aprender a pensar por nosotros mismos usando el ejemplo de otros.
En nuestra sombra (concepto de C. G. Jung) ocultamos todo aquello que no nos gusta de nosotros. Entre ello, ocultamos a los demás nuestras carencias, nuestras limitaciones, y al hacerlo lo ocultamos también de nosotros mismos. Mirar en la sombra no es fácil, porque precisamente ahí guardamos ocultas todas aquellas cosas que nos avergüenzan. Carencias y límites entre otras cosas. No es fácil echar un vistazo a las propias carencias y limitaciones, y desde luego no es fácil exponerlas ante otros.
Jung llegó a descubrir que precisamente es en la sombra donde ocultamos nuestros mayores tesoros. Cuando uno descubre una limitación y la acepta, entonces está en disposición de mejorar sobre ella, de convertir esa limitación en una ventaja. Toda moneda tiene dos caras, y la cara positiva de descubrir y asimilar una carencia es el descubrimiento de un potencial. En este caso, descubrir que uno muestra limitaciones en su forma de pensar es descubrir que uno lo puede hacer mejor.
¿Qué es “pensar mejor”? Esa es una buena pregunta. La mente humana es como un caballo salvaje; debe ser domada para poder exprimir toda su potencia. Se debe conocer cómo funciona, cómo realiza las asociaciones, cómo asigna significado, cómo crea abstracciones. Se debe conocer qué reglas utiliza para funcionar.
Piensa sobre la manera en que piensas. Siéntate un rato en tranquilidad y sé consciente de tus pensamientos. Sé consciente de las cosas que traes a tu consciencia y las consecuencias que tienen sobre lo que sientes y cómo te sientes. Es probable que te des cuenta de que usas tu mente de una manera muy destructiva. Si eres como la mayoría de los seres humanos que conozco, probablemente descubras, diciéndolo claramente y en pocas palabras, que usas tu mente contra ti mismo. Piensas a menudo de una manera que te hace sentir mal. Así pues, una de las conclusiones a las que probablemente llegarás es que la mayor parte de lo que piensas te resulta nocivo. Eso es, a mi parecer, un gran descubrimiento.
Por otra parte podemos analizar la longitud del hilo de pensamiento (o tren de pensamientos —train of thoughts—, que dicen los ingleses). Sé consciente de la cantidad de pensamientos que eres capaz de enlazar manteniendo el sentido inicial del hilo y antes de pasar a pensar sobre otro tema. Es posible que al principio no te resulte fácil esta tarea. Después de todo, estás pensando sobre cómo piensas. Te encuentras en un nivel superior dentro de tu mente. Has creado un metanivel en el que reflexionas sobre la manera en que piensas. Has creado un nuevo nivel de abstracción que utilizarás para explorar el propio pensamiento.
Un tren de pensamientos es un diálogo mental. El tren tendrá sentido si a cada pensamiento le sigue uno que cumple una serie de reglas lógicas. No basta con que la conexión sea lógica, sino que la conclusión que se siga debe, entre otras cosas, estar basada en evidencias sensoriales. “Me miró mal” no es una evidencia, es una mera interpretación. Si piensas a partir de una interpretación, corres el riesgo de acumular una interpretación sobre otra y terminar alejándote de la realidad para entrar una fantasía, y lo que es peor, puedes concluir que esa fantasía es cierta y actuar de acuerdo a ella. Las reglas del pensamiento eficiente son complejas.
Un diálogo contigo mismo es muy similar a un diálogo con otra persona. Si yo deseo que comprendas lo que digo, debo mantener una coherencia en lo que expongo. Si además deseo que sigas el razonamiento, cada una de las frases que conecto debe tener un sentido para ti. Si has comprendido la primera frase de este párrafo y sigues comprendiendo esta, entonces he conseguido crear un tren de pensamientos de varias frases que sigue manteniendo una coherencia para ti. Cuanto más largo sea el tren, más significado seremos capaz de intercambiar. Lo mismo es válido para ti contigo mismo.
Llevo aproximadamente dos años pensando sobre la manera en que pienso. En ese sentido la PNL, con su magnífico Metamodelo del lenguaje, se ha probado como una herramienta fantástica. Es un trabajo que me resulta arduo pero también enormemente gratificante. A menudo la gente me dice que no dejo de hacer preguntas, que pienso demasiado. “Me pregunto ¿Demasiado para qué?, y como carezco de una respuesta con sentido para mí, continúo con una de las actividades más gratas que conozco: pensar. Mi mayor problema es que no me resulta fácil todavía comunicar las cosas que voy descubriendo. Son conceptos todavía tan complejos para mí que no me resulta fácil ponerlos en palabras y además estar seguro de que otros comprenden lo que transmito. Pensar a otro nivel implica comunicar a otro nivel, y la primera limitación que encuentro es que debo comunicar un nuevo nivel de pensamiento empleando el viejo nivel. Debo crear un nuevo lenguaje a partir del viejo, y debo explicar el nuevo lenguaje en palabras del viejo, que es lo que los demás suelen comprender. La tarea no es fácil y todavía encuentro limitaciones al respecto.
Admitirme a mí mismo que mi pensamiento, mi manera de pensar, es mejorable, abre para mí un enorme campo de posibilidades. El potencial es enorme y está ahí para su exploración. Cualquiera puede adentrarse en la experiencia, y las lecciones suelen ser tremendas. El desarrollo del ser humano facilita, en estas circunstancias, la posibilidad de saltos cualitativos. En mi caso soy consciente de que mi manera de pensar es muy mejorable y me resulta excitante pensar en las posibles implicaciones que se deriven del aprendizaje de una mejor manera de pensar. En estos dos años los resultados han sido muy beneficiosos, y preveo muchos más beneficios en el futuro.
Algo importante para mí y que aprendí de mi padre es el pragmatismo; es decir, el tipo de respuestas que uno puede obtener de preguntas como “¿Y esto para qué sirve?”. Considero a la “ingeniería del pensamiento” o “ingeniería mental”, como me gusta llamarla, una “ciencia” joven que puede tener grandes aplicaciones en el campo del pensamiento y de la experiencia humanas. Denomino a este tipo de disciplina “ingeniería del pensamiento” por mi propia formación en ingeniería. Me gusta pensar en el pensamiento como un entramado estructural susceptible de modificaciones, refuerzos y mejoras continuas.
Imagina que tus pensamientos son puentes que te permiten llegar hasta determinados lugares en tu interior. Puede que te estés enfrentando a una situación ahora en tu vida que te gustaría comprender o a la que te gustaría dar sentido de alguna manera. Mientras tratas de hacerlo, consumes energía y tiempo en el proceso. Dentro de ti se halla la capacidad de comprender la situación, aunque careces de los pensamientos necesarios para llegar hasta allí. Si consiguieras situarte en determinada perspectiva, si consiguieras llegar a un determinado lugar dentro de tu mapa mental, serías capaz de comprender qué está sucediendo de la manera más precisa posible, y estarías por tanto en disposición de operar de la manera más eficaz posible. Una perspectiva más precisa y completa permite obtener una mayor cantidad de información, lo cual redunda en la capacidad de formar una estrategia de resolución más acertada. Más información, más precisión. Más significado, mayor relevancia.
El problema, pues, a la hora de alcanzar esa perspectiva, es que careces de pensamientos que te lleven hasta allí. ¿Cómo conseguirlos entonces? Con ayuda de otro ser humano que sea capaz de proporcionarte esos pensamientos de los que careces por no haber sido expuesto antes a ellos. Este ser humano conoce los problemas habituales del pensar y conoce también las técnicas adecuadas para dirigir tu mente hacia los pensamientos que más te convienen en esa situación. Es lo que se suele realizar en la terapia psicológica, aunque pienso que puedo lograr una manera más eficaz de tratar las carencias de pensamientos. Es decir, tengo cierta facilidad para detectar las fallas estructurales en el pensamiento y la capacidad de sugerir nuevas posibilidades en tu construcción mental, de ahí el término “ingeniería del pensamiento”. Observo el entramado mental, descubro sus fallos de diseño y sugiero mejoras que permiten hacer más sólido el ingenio mental que uno ha construido para comprender una situación determinada. En otras palabras; modifico el “intérprete mental” que uno utiliza para procesar la realidad.
Dado que empleamos ingenios mentales (filtros neurológicos) para comprender la experiencia de vivir, y comprender a otras personas y a nosotros mismos, una ligera modificación en el dispositivo tiene a menudo fuertes impactos sobre la percepción, creando una nueva perspectiva desde la que observar la experiencia vital. Esto repercute sobre los comportamientos que llevas a cabo y sobre los resultados que de ellos obtienes. Por tanto, un rediseño del aspecto mental de la percepción es una posible aplicación de la “ingeniería del pensamiento”.
Quizá te preguntes qué me hace pensar que cuento con esa habilidad, aparte del hecho de que me apasione pensar y explorar las formas del pensamiento. La respuesta es la siguiente. Llevo más de seis años compartiendo mis pensamientos en una página en Internet. El título de la misma es “El sentido de la vida“, lo que quizá te sugiera que llevo más de seis años haciéndome preguntas alrededor de la pregunta “¿Cuál es el sentido de la vida?”. De esa pregunta derivan otras muchas como ¿Existe un sentido en la vida?, ¿Debo siquiera buscarlo? ¿Obtengo mejores resultados si busco un sentido a la vida o si le doy un sentido a la vida? ¿Cómo evalúo si unos resultados son mejores qué otros? ¿Qué criterios me sería útil establecer? ¿Qué significa dar sentido a la vida? ¿Me conviene formular la pregunta como “¿Qué significa dar un sentido a mi vida?” en vez de “¿qué significa dar un sentido a la vida?” (a veces resulta útil hacer preguntas sobre las propias preguntas), ¿Existe un sentido inherente a cada ser humano? ¿Existe un sentido común a todos los seres humanos? Si así fuera, ¿cuál sería y qué aspecto tendría? ¿Qué sucede a medida que uno va consiguiendo dar más y más sentido a su vida? ¿Qué nos indica que estamos progresando? ¿Cuáles son las referencias sensoriales? ¿Qué se siente, se ve, se oye, se huele y se saborea? ¿Cómo medir el progreso del mismo proceso? ¿Cómo darle mayor sentido a la propia vida? ¿Cómo saber que se está progresando?
La actividad que se deriva de una única pregunta (¿Cuál es el sentido de la vida?) gira en torno a la misma raíz del ser humano, gira en torno a la propia experiencia del ser. Las respuestas arrojan nuevas preguntas y las diferentes implicaciones de cada nuevo camino que se abre deben ser consideradas cuidadosamente. Lo que trato de decir es que se trata de un área compleja y que exige una enorme cantidad de trabajo, trabajo que llevo realizando durante aproximadamente la última década y que me ha permitido reunir una gran cantidad de conocimiento al respecto. Lo que me gustaría hacer ahora es compartir ese conocimiento contigo para ayudarte a mejorar tu propia experiencia de la vida, y es por esto que escribo esta página.
Me gusta escribir. Disfruto con la comunicación escrita. En estos seis años de escribir todas las semanas he desarrollado la capacidad de refinar continuamente mis dotes comunicativas. Esto significa, entre otras cosas, que soy capaz de comunicar más significado con menos palabras. He desarrollado la capacidad de crear frases y pensamientos que contienen una gran cantidad de significado, y también soy ahora hábil en intuir si el lector será capaz de comprender el sentido exacto de la comunicación. El proceso requiere de un equilibrio muy fino. Si empleo pocas palabras con mucho significado, pocos lectores serán capaces de comprender ese significado. Si decido emplear más palabras para transmitir el mismo significado, corro el riesgo de que el lector que lo hubiera entendido con menos se pierda al ampliar la composición del mismo mensaje. En cierto modo, al escoger mis palabras, debo decidir a cuántos lectores seré capaz de llegar. Lo que unos entenderán con una única frase será un galimatías sin sentido para otros. Esta es una de las caras del arte de la comunicación en su versión escrita, arte en el que me esmero en mejorar en cada escrito.
Resumiendo: mi pasión por el pensamiento, mi conocimiento acerca de cómo construir conceptos mentales sólidos y bien anclados en la realidad sensorial, mi pasión por investigar el sentido de la vida y las conclusiones que de ello extraigo, y mi capacidad de comunicar, me sitúan en una posición ventajosa en la “disciplina” de la ingeniería mental aplicada a mejorar la experiencia de ser humano. Espero ser capaz de utilizar todas estas capacidades en tu beneficio y el mío propio, y a la vez conseguir que ambos disfrutemos del proceso. Entiendo que la cooperación y la colaboración (co-laboración, trabajo cooperativo) son dos de las fuerzas más poderosas del Universo, o quizá su base fundamental.
Cierro ya esta columna. Si hay algo que verdaderamente quiero comunicar en este texto es el párrafo inicial, que repito aquí ahora para tu mejor comprensión:
Imagina por un momento que el ser humano tuviera dificultades con sus pensamientos. Imagina que pensara de una manera deficiente, mejorable. Imagina que el ser humano pudiera pensar de otra manera, de una manera más constructiva; más constructiva para él y para aquellos que le rodean. Imagina, directamente, que actualmente no supiéramos pensar o que lo hiciéramos muy mal. Después de todo, ¿quién te ha enseñado a pensar? Probablemente tú mismo, y lo mismo sucedió a tus padres, a tus abuelos y a todos aquellos que vivieron antes que tú. Cada uno tuvo que aprender a pensar por sí mismo. De la misma manera que nadie nos enseña a hablar, sino que aprendemos sobre todo por imitación, nadie nos enseñó a pensar. Debimos aprender a pensar por nosotros mismos usando el ejemplo de otros.
Date cuenta de lo que eso significa. Si deseas reducirlo todo a un único concepto, lo expresaré ahora con menos palabras y de manera más precisa: existe la posibilidad de que tu manera de pensar sea muy mejorable.
PD: Si has conseguido seguir este texto hasta el final, ambos estamos de enhorabuena. Hemos conseguido conectar a un nivel diferente del habitual. Si has experimentado problemas para comprender el texto íntegramente, o para dar un sentido a ciertas partes del artículo, es muy posible que estemos ante un problema de incomunicación entre diferentes estados de consciencia. Elige pensar que existe un potencial en esa limitación en la manera de comunicarnos y que ambos podemos beneficiarnos de la experiencia. Elige pensar mejor. Por ti y por mí.
Gracias.
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Puedes contactar con el autor aquí.



La paradoja de los monos y los plátanos

Para ilustrar la necesidad de preguntarse el por qué de las cosas, la necesidad de cuestionarse lo establecido, la necesidad de conocer las propias creencias y desafiarlas regularmente, contaré hoy la paradoja de los monos y los plátanos.
En un experimento se metieron cinco monos en una habitación. En el centro de la misma ubicaron una escalera, y en lo alto, unos plátanos. Cuando uno de los monos ascendía por la escalera para acceder a los plátanos, los experimentadores rociaban al resto de monos con un chorro de agua fría. Al cabo de un tiempo, los monos asimilaron la conexión entre el uso de la escalera y el chorro de agua fría, de modo que cuando uno de ellos se aventuraba a ascender un busca de un plátano, el resto de monos se lo impedían con violencia. Al final, e incluso ante la tentación del alimento, ningún mono se atrevía a subir por la escalera.
En ese momento, los experimentadores extrajeron uno de los cinco monos iniciales e introdujeron uno nuevo en la habitación.
El mono nuevo, naturalmente, trepó por la escalera en busca de los plátanos. En cuanto los demás observaron sus intenciones, se abalanzaron sobre él y lo bajaron a golpes antes de que el chorro de agua fría hiciera su aparición. Después de repetirse la experiencia varias veces, al final el nuevo mono comprendió que era mejor para su integridad renunciar a ascender por la escalera.
Los experimentadores sustituyeron otra vez a uno de los monos del grupo inicial. El primer mono sustituido participó con especial interés en las palizas al nuevo mono trepador.
Posteriormente se repitió el proceso con el tercer, cuarto y quinto mono, hasta que llegó un momento en que todos los monos del experimento inicial habían sido sustituidos.
En ese momento, los experimentadores se encontraron con algo sorprendente. Ninguno de los monos que había en la habitación había recibido nunca el chorro de agua fría. Sin embargo, ninguno se atrevía a trepar para hacerse con los plátanos. Si hubieran podido preguntar a los primates por qué no subían para alcanzar el alimento, probablemente la respuesta hubiera sido esta “No lo sé. Esto siempre ha sido así”.

“Triste época la nuestra. Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.
—Albert Einstein
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Evolución humana inteligente
A continuación presento una lista de valores que nos será útil para los próximos artículos que publicaré próximamente. Con ayuda de esta lista conseguirás tener una idea de qué cosas son especialmente importantes para ti en la vida. Recuerda que las creencias y los valores se encuentran muy alto en la escala de niveles neurológicos y tienen, por tanto, un gran impacto sobre la manera en que actuamos en el mundo.
Imprime esta página si te resulta más conveniente. Lee por encima los distintos valores y apunta aquellos con los que “resuenes” especialmente. Posteriormente te explicaré cómo ordenar tu lista en función de tus prioridades.
A medida que recorras la lista, algunos valores parecerá que te estás llamando. Otros te resultarán irrelevantes o directamente negativos. Busca aquellos valores que sean parte de ti.
Esta lista es meramente una guía. Contiene más de 250 valores y, aunque es larga y puede contener algunos sinónimos, no está completa. Si piensas que faltan algunos valores importantes para ti, añádelos a tu propia lista.

·         Abundancia
·         Accesibilidad
·         Aceptación
·         Afecto
·         Agradecimiento
·         Agresividad
·         Agudeza
·         Agilidad
·         Altruismo
·         Ambición
·         Amor
·         Anticipación
·         Apertura de mente
·         Apoyo
·         Aprendizaje
·         Armonía
·         Asertividad
·         Asombro
·         Audacia
·         Austeridad
·         Autocontrol
·         Belleza
·         Benevolencia
·         Calma
·         Camaradería
·         Candor
·         Caridad
·         Castidad
·         Cercanía
·         Certeza
·         Claridad
·         Compasión
·         Comprensión
·         Compromiso
·         Concentración
·         Conexión
·         Confianza
·         Conformidad
·         Confort
·         Congruencia
·         Conocimiento
·         Consciencia
·         Convicción
·         Coraje
·         Cordialidad
·         Corrección
·         Cortesía
·         Creatividad
·         Crecimiento
·         Credibilidad
·         Curiosidad
·         Deber
·         Decisión
·         Decoro
·         Deferencia
·         Dependencia
·         Desapego
·         Descanso
·         Descubrimiento
·         Deseo
·         Destreza
·         Determinación
·         Devoción
·         Dignidad
·         Digno de confianza
·         Diligencia
·         Dinamismo
·         Dirección
·         Disciplina
·         Discreción
·         Disfrute
·         Disponibilidad
·         Diversidad
·         Diversión
·         Dominio
·         Educación
·         Efectividad
·         Eficiencia
·         Elegancia
·         Empatía
·         Empuje
·         Encanto
·         Energía
·         Entretenimiento
·         Entusiasmo
·         Equilibro
·         Esperanza
·         Espíritu
·         Espontaneidad
·         Estabilidad
·         Estupidez
·         Excelencia
·         Excitación
·         Éxito
·         Experiencia
·         Exploración
·         Expresividad
·         Éxtasis
·         Extravagancia
·         Extroversión
·         Exuberancia
·         Fama
·         Familia
·         Fascinación
·         Fe
·         Felicidad
·         Ferocidad
·         Fervor
·         Fidelidad
·         Filantropía
·         Firmeza
·         Flexibilidad
·         Fortaleza
·         Franqueza
·         Frugalidad
·         Fuerza
·         Galantería
·         Generosidad
·         Gentileza
·         Gracia
·         Gratitud
·         Guía
·         Habilidad
·         Heroísmo
·         Higiene
·         Honestidad
·         Honor
·         Hospitalidad
·         Humildad
·         Humor
·         Imaginación
·         Impaciencia
·         Impacto
·         Imparcialidad
·         Independencia
·         Ingenio
·         Ingenuidad
·         Inquisitividad
·         Inspiración
·         Integridad
·         Inteligencia
·         Intimidad
·         Introversión
·         Intuición
·         Invisibilidad
·         Juego
·         Justicia
·         Juventud
·         Lealtad
·         Liberación
·         Libertad
·         Liderazgo
·         Limpieza
·         Lógica
·         Longevidad
·         Lucidez
·         Madurez
·         Majestuosidad
·         Marcar la diferencia
·         Meticulosidad
·         Misterio
·         Moda
·         Modestia
·         Motivación
·         Nervio
·         Obediencia
·         Observación
·         Optimismo
·         Orden
·         Originalidad
·         Organización
·         Originalidad
·         Pasión
·         Paz
·         Pereza
·         Perfección
·         Perseverancia
·         Persistencia
·         Persuasión
·         Pertenencia
·         Piedad
·         Placer
·         Popularidad
·         Pose
·         Potencia
·         Practicidad
·         Pragmatismo
·         Precisión
·         Preparación
·         Presencia
·         Privacidad
·         Proactividad
·         Profesionalismo
·         Profundidad
·         Prosperidad
·         Puntualidad
·         Pureza
·         Razón
·         Realismo
·         Reconocimiento
·         Refinamiento
·         Relajación
·         Religiosidad
·         Resiliencia
·         Resistencia
·         Resolución
·         Respeto
·         Responsabilidad
·         Reverencia
·         Rigor
·         Riqueza
·         Sabiduría
·         Sacro
·         Sagacidad
·         Salud
·         Santidad
·         Satisfacción
·         Seguridad
·         Sensibilidad
·         Sensualidad
·         Serenidad
·         Servicio
·         Sexualidad
·         Silencio
·         Empatía
·         Simplicidad
·         Sinceridad
·         Sinergia
·         Solidaridad
·         Sorpresa
·         Supremacía
·         Talento
·         Temperamento
·         Ternura
·         Tolerancia
·         Trabajo
·         Trabajo en grupo
·         Tradicionalismo
·         Tranquilidad
·         Trascendencia
·         Transparencia
·         Unicidad
·         Unión
·         Utilidad
·         Valentía
·         Valor
·         Variedad
·         Velocidad
·         Victoria
·         Vigor
·         Virtud
·         Visión
·         Vitalidad
·         Voluntariedad
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Hace ya un par de años escribí un artículo en El sentido de la Vida titulado Cómo empezar a correr. Allí explicaba, en tono de humor, los pasos que seguía yo para empezar a correr sin morir en el intento. En aquel momento acababa de salir de una relación muy larga y quedé muy tocado, así que para centrarme en otra cosa decidí quemar energías volviendo a salir a correr, algo que había dejado por un tiempo. En aquellas condiciones, me fue fácil ponerme en la piel de alguien que empieza a salir a correr para, aprovechando que ya tenía experiencia, desgranar los entresijos que ayudan a implantar el hábito.
Desde entonces, aquel artículo es uno de los más leídos cada mes en El Sentido de la Vida. Algunos lectores me escriben de vez en cuando para contarme que, con aquella columna, se animaron a empezar a ejercitarse, y de paso me lo agradecen. Me resulta muy gratificante. Hoy, otro lector, a raíz de haber escrito mis metas para este año que empieza, me contó que a partir de aquel artículo se puso también él a dar zancadas y que en el 2009 había participado en tres medias maratones. Este hecho me ha animado a reescribir el texto desde un punto de vista más formal para esta página más formal.
Veamos qué se necesita para empezar a correr y qué pasos conviene dar para afianzar el hábito y convertirlo en una actividad más en el devenir cotidiano.

1. Motivación
Lo primero que necesitas para salir a correr es una motivación. Puede ser querer mejorar tu aspecto físico, tu resistencia, o tu capacidad aeróbica. Puedes querer hacerlo para pasar un rato pensando en tus cosas o simplemente para salir a tomar el aire. Puede ser una manera de pasar un buen rato con un amigo y hacer algo de deporte. Cualquier motivo es bueno, aunque cuanto más profundo e intenso sea, más fácil te resultará llevar a cabo tu objetivo.
Utiliza cualquier cosa que te pueda ayudar a empujarte a salir varias veces a la semana. Quedar con alguien para correr juntos es una buena idea, aunque en este caso pasas a depender de otra persona y a la larga, si esa persona empieza a encontrar excusas para dejar de salir a correr, tendrás la puerta abierta a encontrar excusas para ti mismo. Usa la ayuda de otros si te resulta útil, aunque debes ser consciente de que el compromiso es contigo mismo. Acostúmbrate a depender únicamente de ti.
Lo importante es sobre todo el empujón inicial. Una vez hecho hábito, salir a correr puede convertirse en una droga. Cuando yo salía seis días a la semana, debía descansar el séptimo para recuperarme. Descubrí que a menudo me costaba quedarme en casa. El cuerpo me pedía el ejercicio. Es algo que suele suceder con los hábitos, que una vez están establecidos, es más fácil seguir con ellos que saltárselos. Da igual que se trate de encenderse cigarros o de salir a correr.

2. Material
Correr es una de las actividades más saludables y más baratas que se pueden llevar a cabo.
El equipo básico para comenzar está ya probablemente en tu armario: una camiseta vieja, un bañador, unos calcetines algo gruesos y unas zapatillas de deporte. Hay gente que prefiere hacer una gran inversión en equipo para aumentar su motivación. Parece que considera que el hecho de contar con equipaje nuevo y flamante les ayuda a empujarse a iniciar la actividad. Supongo que también piensan algo del tipo “Con todo el dinero que me he gastado, más vale que use lo que he comprado”. Puede funcionar, aunque también puede suceder que no salgas a correr y además te fustigues por haberte gastado el dinero. En mi vida me ha sucedido esto muchas veces y también lo he visto en otros. Por eso creo que, en general, es una buena estrategia empezar con lo que uno tiene más a mano y luego, si se consigue instalar el hábito, hacer una inversión más consciente. También se puede utilizar esta inversión a modo de premio por haber conseguido arrancar y haber establecido el hábito de manera firme.

3. Distancias
Una pregunta habitual entre todo aquel que comienza a correr es ¿Qué distancia debo hacer? En realidad, más que la distancia, lo importante es el esfuerzo al que te sometas, y una mejor manera de medirlo es quizá el tiempo. En cualquier caso, espacio y tiempo están relacionados con la velocidad. Para empezar, te aconsejo que te fijes un tiempo que te resulte cómodo a un ritmo que se te antoje razonable. Olvídate de las distancias de momento.

4. Fundamentos teóricos del cuerpo durante el ejercicio
A grandes rasgos, podemos dividir el estado físico en dos partes diferenciadas:
·         El fondo: Esto es, la capacidad de tu cuerpo de soportar un esfuerzo físico durante un tiempo determinado.
·         El físico: El estado general de tu cuerpo a nivel de componentes: músculos, articulaciones, tendones, etc…
Cuando empieces, no sabrás muy bien cuál de estos dos factores te terminará limitando. Es posible que estés en buena forma muscular y que tu resistencia sea baja, con lo cual no forzarás los músculos pero sí tu fondo. También puede suceder lo contrario, que estés en buena forma pero tu musculatura no acompañe o te duela algún ligamento. En mi caso, en el momento en que escribí la primera versión de este artículo, mi fondo era muy bueno pero mi musculatura ya no era la de antaño. Después de unos kilómetros se me resentían las rodillas y tenía que parar. Tampoco es importante conocer todo esto, aunque está bien saber qué es lo que uno deberá trabajar especialmente y también ayuda tener unas nociones sobre lo que a uno le puede suceder durante los primeros días.
Pasemos a hablar del ritmo cardiaco. Nos conviene distinguir entre tres franjas de pulsaciones por minuto y que están relacionadas con la manera en que nuestro cuerpo se enfrenta al esfuerzo:
·         Reposo: 60-80 pulsaciones
·         Zona aeróbica: 80-150 pulsaciones
·         Zona anaeróbica: Desde las 150 pulsaciones hasta el colapso
Estos valores son meramente orientativos y dependen de la forma en que uno se encuentre, así como de la edad y de otros factores. Concretamente, la zona aeróbica está entre el 60 y el 80% de la frecuencia cardiaca máxima, que se calcula aproximadamente según la fórmula 220—edad.
El reposo es la franja en la que se mueve nuestro corazón mientras realizamos nuestras tareas cotidianas.
La zona aeróbica es aquella en la que la cantidad de oxígeno que aportamos a los músculos mediante la respiración es suficiente para que éstos desempeñen el trabajo que les estamos exigiendo.
La zona anaeróbica es aquella en la que nuestros músculos están consumiendo tanto oxígeno que no es suficiente con el que llega a través de los pulmones. Los detalles técnicos son complejos y tampoco tienen demasiado interés para nuestros fines. Basta con saber que en esta zona se produce una deuda de oxígeno y éste pasa a ser extraído de los músculos. Una vez estamos ejercitándonos en esta zona, el colapso ya es sólo cuestión de tiempo.
Un pulsómetro es un aparato que mide las pulsaciones por minuto y las muestra en una especie de reloj. Son cada vez más baratos, y por 15 euros se pueden encontrar en Decathlon. Para un aficionado, es suficiente con que muestre las pulsaciones y cuente con un cronómetro. Con ayuda del pulsómetro podemos asegurarnos de que nos mantenemos en la zona aeróbica, que es la zona en la que se desarrolla el fondo físico. Si decides prescindir del pulsómetro, una manera de saber que estás en esta zona es cuando eres capaz de mantener una conversación de manera más o menos desahogada. Si te falta el resuello, estás yendo demasiado rápido.
En cualquier caso, se trate de las rodillas, los tobillos o el corazón, deja de correr en cuanto notes la más mínima molestia. Si fuerzas tu maquinaria puedes romper algo. Evítalo. Más vale parar a tiempo que tener que lamentarse después.

5. Los primeros días
Los primeros días son los menos fáciles, y separarán a los que llegarán lejos de aquellos que apenas darán unos pasos. Por tanto, es muy importante empezar bien.
La última vez que empecé a correr de nuevo, después de una temporada de no hacerlo, recorrí unos seis kilómetros. Mi ritmo fue muy lento, poco más rápido que andando. Tuve que caminar la mitad del tiempo para mantener el corazón por debajo de las 150 pulsaciones por minuto, y a mi cuerpo le costaba decidir qué hacer con el aire que introducía en los pulmones. En la segunda salida caminé ya un par de veces. Un par de salidas después ya no tuve que caminar, aunque mi ritmo seguía siendo muy lento. Esta progresión puede ser más lenta si no has corrido nunca.
Lo bueno de estar en el fondo es que no se puede caer más bajo. Cuando empiezas, estás en el fondo, y con poco esfuerzo mejoras en seguida. Esta rápida progresión es realmente gratificante. Cada semana notas que puedes ir más rápido con el mismo nivel de esfuerzo, y cada semana te animas a prolongar un poco más la carrera.
Despacio. Sobre todo despacio, muy progresivo. La idea clave para favorecer la constancia y permitir que el hábito se establezca con facilidad es:
Vuelve siempre a casa con algo de energía restante
Este sencillo principio es muy importante.
Los primeros años en que salía a correr, me desfondaba en cada ocasión. Al día siguiente era incapaz de encontrar la motivación necesaria; lo último que deseaba era volver a pasar por el infierno de la sesión anterior. Es fundamental saber dosificar el esfuerzo y conseguir disfrutar de lo que se está haciendo. Se trata de pasarlo bien. Si no lo pasas bien, no tendrás ganas de repetirlo.
En mi caso, volvía a casa muerto después de cada salida. Me dolían las piernas y, horas después, cuando me iba a la cama, mi corazón todavía seguía desbocado. Más de una noche me ha costado dormir debido al esfuerzo. Error.
Procura correr a un ritmo cómodo en el que puedas respirar fácilmente y todo el conjunto funcione bien. Si ves que te falta aire, afloja o echa a andar un rato mientras te recuperas. Evita encontrarte derrengado cuando vuelvas a casa. Tus piernas han de sentirse bien y, un rato después, tu corazón debe estar latiendo de nuevo a su ritmo normal. Si no lo haces así, serás incapaz de convertirlo en una rutina. No será porque te falte disciplina, sino porque lo que estás haciendo es una tortura y no una actividad placentera. Vuelve a casa en buen estado y disfruta del subidón que viene después del ejercicio, cuando te estás duchando y te sientes bien por estar cuidando de ti mismo y por estar desarrollando tu disciplina.
Volviendo al tema de la distancia, evita prestarle demasiada atención al principio. Comienza por carreras entre 20 y 40 minutos en función del tiempo que puedas dedicar a la actividad. Te resultará fácil correr durante ese tiempo si regulas el ritmo y echas a andar cuando notes que te falta el aliento.
Una buena manera de plantear la salida es, si has decidido media hora, echar a correr y dar la vuelta a los quince minutos. El hecho de no marcarse una distancia tiene la ventaja de que evitas la tentación de acelerar el paso para terminar con la sesión lo antes posible. Fíjate un tiempo total para la sesión y modera tu ritmo en función del mismo.

6. El día a día
Otra de las preguntas que se suele hacer uno es ¿Cuántas veces debo salir por semana? En mi experiencia, propongo salir entre dos y seis veces por semana. Depende principalmente del estado de forma en el que estés y del tiempo del que puedas disponer. Para empezar puedes salir dos o tres veces por semana y hacerlo en días alternos, ya que necesitarás un descanso para que se desarrolle la musculatura de las articulaciones, especialmente la de las rodillas, y para que tu cuerpo se recupere después del esfuerzo.
Una vez te empieces a sentir cómodo con el ejercicio, es posible que te sorprendas deseando salir más a menudo. Tómalo con calma y ve añadiendo un día más cada pocas semanas. Regula la progresión y mantén la actividad gratificante.
Si lo que quieres es, una vez hayas alcanzado un cierto nivel, mantenerlo, te aconsejo que salgas un par de veces a la semana. Una vez como mínimo. Si no haces un pequeño esfuerzo semanal, poco a poco irás perdiendo facultades y al cabo de un tiempo volverás casi al punto de partida. Por el contrario, si haces un pequeño esfuerzo y sales al menos una vez por semana, no mejorarás especialmente pero mantendrás el nivel que hayas alcanzado.
Cada vez que salgas, relájate y disfruta. Observa cómo la semana pasada habías emprendido la vuelta a una cierta altura y esta semana has llegado algo más lejos. Recréate en las sensaciones de superación, en la progresión que estás llevando a cabo, en la ducha caliente al volver de correr y en el subidón de después del ejercicio.
La mejor hora para salir a correr es cuando mejor te venga. Dicen que la tarde es más propicia al ejercicio físico, aunque correr por las mañanas también tiene sus ventajas. Una carrera matutina acelera el metabolismo y te pone a punto para enfrentar el día con energía. Si decides correr por la tarde, hazlo al menos un par de horas antes de irte a la cama. El esfuerzo activa tu cuerpo y es posible que, si te vas a la cama después de salir a correr, después te cueste conciliar el sueño. En cualquier caso, el ejercicio físico te ayudará a dormir mejor.

7. Forzando la máquina
Finalmente, si has conseguido arraigar el hábito y salir a correr durante cuatro o seis meses, serás capaz de salir a buen ritmo durante una hora y recorrer tranquilamente diez kilómetros o más. Dormirás muy bien por las noches y durante el día te sentirás energético y despejado. Si has llegado a este punto, aunque no te lo creas, estás en condiciones de correr veinte kilómetros sin hacer ningún esfuerzo especial. Mientras te mantengas en la zona aeróbica, puedes estar corriendo casi de manera indefinida. A tal punto puede llegar tu cuerpo.
Otro asunto es correr en la zona anaeróbica, la de esfuerzo intenso. Una vez entras en esta zona (por encima de 150ppm, más o menos) deberás dejar de correr al cabo de un cierto tiempo. El tiempo que uno puede realizar un esfuerzo en esta zona se puede prolongar mediante el entrenamiento anaeróbico, que consiste básicamente en hacer series de 1.000 ó 1.500 metros manteniéndose por encima del umbral anaeróbico. Aunque es interesante saberlo, esto escapa al enfoque de este artículo. Es un entrenamiento bastante exigente y sólo se debe llevar a cabo una vez que el fondo se ha desarrollado suficientemente.

Recapitulando:
Resumiéndolo todo en unos pocos puntos:
·         Corre tiempo, no distancias.
·         Modera el ritmo de manera que puedas disfrutar de la actividad.
·         Asegúrate de que vuelves a casa antes de haber agotado tus energías, de modo que cuando llegue la próxima salida tengas ganas de repetir lo que hiciste la vez anterior.
·         Si crees que vas demasiado rápido, camina.
·         Sé constante
Y por último:
No; correr no es de cobardes ;-)
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JavierMalonda.com

Evolución humana inteligente

Aprender a pensar (de nuevo)

Imagina por un momento que el ser humano tuviera dificultades con sus pensamientos. Imagina que pensara de una manera deficiente, mejorable. Imagina que el ser humano pudiera pensar de otra manera, de una manera más constructiva; más constructiva para él y para aquellos que le rodean. Imagina, directamente, que actualmente no supiéramos pensar o que lo hiciéramos muy mal.
Puede que pienses que esto es imposible. Piensa un poco más. Después de todo, ¿quién te ha enseñado a pensar? Probablemente tú mismo, y lo mismo sucedió a tus padres, a tus abuelos y a todos aquellos que vivieron antes que tú. Cada uno tuvo que aprender a pensar por sí mismo. De la misma manera que nadie nos enseña a hablar, sino que aprendemos sobre todo por imitación, nadie nos enseñó a pensar. Debimos aprender a pensar por nosotros mismos usando el ejemplo de otros.
En nuestra sombra (concepto de C. G. Jung) ocultamos todo aquello que no nos gusta de nosotros. Entre ello, ocultamos a los demás nuestras carencias, nuestras limitaciones, y al hacerlo lo ocultamos también de nosotros mismos. Mirar en la sombra no es fácil, porque precisamente ahí guardamos ocultas todas aquellas cosas que nos avergüenzan. Carencias y límites entre otras cosas. No es fácil echar un vistazo a las propias carencias y limitaciones, y desde luego no es fácil exponerlas ante otros.
Jung llegó a descubrir que precisamente es en la sombra donde ocultamos nuestros mayores tesoros. Cuando uno descubre una limitación y la acepta, entonces está en disposición de mejorar sobre ella, de convertir esa limitación en una ventaja. Toda moneda tiene dos caras, y la cara positiva de descubrir y asimilar una carencia es el descubrimiento de un potencial. En este caso, descubrir que uno muestra limitaciones en su forma de pensar es descubrir que uno lo puede hacer mejor.
¿Qué es “pensar mejor”? Esa es una buena pregunta. La mente humana es como un caballo salvaje; debe ser domada para poder exprimir toda su potencia. Se debe conocer cómo funciona, cómo realiza las asociaciones, cómo asigna significado, cómo crea abstracciones. Se debe conocer qué reglas utiliza para funcionar.
Piensa sobre la manera en que piensas. Siéntate un rato en tranquilidad y sé consciente de tus pensamientos. Sé consciente de las cosas que traes a tu consciencia y las consecuencias que tienen sobre lo que sientes y cómo te sientes. Es probable que te des cuenta de que usas tu mente de una manera muy destructiva. Si eres como la mayoría de los seres humanos que conozco, probablemente descubras, diciéndolo claramente y en pocas palabras, que usas tu mente contra ti mismo. Piensas a menudo de una manera que te hace sentir mal. Así pues, una de las conclusiones a las que probablemente llegarás es que la mayor parte de lo que piensas te resulta nocivo. Eso es, a mi parecer, un gran descubrimiento.
Por otra parte podemos analizar la longitud del hilo de pensamiento (o tren de pensamientos —train of thoughts—, que dicen los ingleses). Sé consciente de la cantidad de pensamientos que eres capaz de enlazar manteniendo el sentido inicial del hilo y antes de pasar a pensar sobre otro tema. Es posible que al principio no te resulte fácil esta tarea. Después de todo, estás pensando sobre cómo piensas. Te encuentras en un nivel superior dentro de tu mente. Has creado un metanivel en el que reflexionas sobre la manera en que piensas. Has creado un nuevo nivel de abstracción que utilizarás para explorar el propio pensamiento.
Un tren de pensamientos es un diálogo mental. El tren tendrá sentido si a cada pensamiento le sigue uno que cumple una serie de reglas lógicas. No basta con que la conexión sea lógica, sino que la conclusión que se siga debe, entre otras cosas, estar basada en evidencias sensoriales. “Me miró mal” no es una evidencia, es una mera interpretación. Si piensas a partir de una interpretación, corres el riesgo de acumular una interpretación sobre otra y terminar alejándote de la realidad para entrar una fantasía, y lo que es peor, puedes concluir que esa fantasía es cierta y actuar de acuerdo a ella. Las reglas del pensamiento eficiente son complejas.
Un diálogo contigo mismo es muy similar a un diálogo con otra persona. Si yo deseo que comprendas lo que digo, debo mantener una coherencia en lo que expongo. Si además deseo que sigas el razonamiento, cada una de las frases que conecto debe tener un sentido para ti. Si has comprendido la primera frase de este párrafo y sigues comprendiendo esta, entonces he conseguido crear un tren de pensamientos de varias frases que sigue manteniendo una coherencia para ti. Cuanto más largo sea el tren, más significado seremos capaz de intercambiar. Lo mismo es válido para ti contigo mismo.
Llevo aproximadamente dos años pensando sobre la manera en que pienso. En ese sentido la PNL, con su magnífico Metamodelo del lenguaje, se ha probado como una herramienta fantástica. Es un trabajo que me resulta arduo pero también enormemente gratificante. A menudo la gente me dice que no dejo de hacer preguntas, que pienso demasiado. “Me pregunto ¿Demasiado para qué?, y como carezco de una respuesta con sentido para mí, continúo con una de las actividades más gratas que conozco: pensar. Mi mayor problema es que no me resulta fácil todavía comunicar las cosas que voy descubriendo. Son conceptos todavía tan complejos para mí que no me resulta fácil ponerlos en palabras y además estar seguro de que otros comprenden lo que transmito. Pensar a otro nivel implica comunicar a otro nivel, y la primera limitación que encuentro es que debo comunicar un nuevo nivel de pensamiento empleando el viejo nivel. Debo crear un nuevo lenguaje a partir del viejo, y debo explicar el nuevo lenguaje en palabras del viejo, que es lo que los demás suelen comprender. La tarea no es fácil y todavía encuentro limitaciones al respecto.
Admitirme a mí mismo que mi pensamiento, mi manera de pensar, es mejorable, abre para mí un enorme campo de posibilidades. El potencial es enorme y está ahí para su exploración. Cualquiera puede adentrarse en la experiencia, y las lecciones suelen ser tremendas. El desarrollo del ser humano facilita, en estas circunstancias, la posibilidad de saltos cualitativos. En mi caso soy consciente de que mi manera de pensar es muy mejorable y me resulta excitante pensar en las posibles implicaciones que se deriven del aprendizaje de una mejor manera de pensar. En estos dos años los resultados han sido muy beneficiosos, y preveo muchos más beneficios en el futuro.
Algo importante para mí y que aprendí de mi padre es el pragmatismo; es decir, el tipo de respuestas que uno puede obtener de preguntas como “¿Y esto para qué sirve?”. Considero a la “ingeniería del pensamiento” o “ingeniería mental”, como me gusta llamarla, una “ciencia” joven que puede tener grandes aplicaciones en el campo del pensamiento y de la experiencia humanas. Denomino a este tipo de disciplina “ingeniería del pensamiento” por mi propia formación en ingeniería. Me gusta pensar en el pensamiento como un entramado estructural susceptible de modificaciones, refuerzos y mejoras continuas.
Imagina que tus pensamientos son puentes que te permiten llegar hasta determinados lugares en tu interior. Puede que te estés enfrentando a una situación ahora en tu vida que te gustaría comprender o a la que te gustaría dar sentido de alguna manera. Mientras tratas de hacerlo, consumes energía y tiempo en el proceso. Dentro de ti se halla la capacidad de comprender la situación, aunque careces de los pensamientos necesarios para llegar hasta allí. Si consiguieras situarte en determinada perspectiva, si consiguieras llegar a un determinado lugar dentro de tu mapa mental, serías capaz de comprender qué está sucediendo de la manera más precisa posible, y estarías por tanto en disposición de operar de la manera más eficaz posible. Una perspectiva más precisa y completa permite obtener una mayor cantidad de información, lo cual redunda en la capacidad de formar una estrategia de resolución más acertada. Más información, más precisión. Más significado, mayor relevancia.
El problema, pues, a la hora de alcanzar esa perspectiva, es que careces de pensamientos que te lleven hasta allí. ¿Cómo conseguirlos entonces? Con ayuda de otro ser humano que sea capaz de proporcionarte esos pensamientos de los que careces por no haber sido expuesto antes a ellos. Este ser humano conoce los problemas habituales del pensar y conoce también las técnicas adecuadas para dirigir tu mente hacia los pensamientos que más te convienen en esa situación. Es lo que se suele realizar en la terapia psicológica, aunque pienso que puedo lograr una manera más eficaz de tratar las carencias de pensamientos. Es decir, tengo cierta facilidad para detectar las fallas estructurales en el pensamiento y la capacidad de sugerir nuevas posibilidades en tu construcción mental, de ahí el término “ingeniería del pensamiento”. Observo el entramado mental, descubro sus fallos de diseño y sugiero mejoras que permiten hacer más sólido el ingenio mental que uno ha construido para comprender una situación determinada. En otras palabras; modifico el “intérprete mental” que uno utiliza para procesar la realidad.
Dado que empleamos ingenios mentales (filtros neurológicos) para comprender la experiencia de vivir, y comprender a otras personas y a nosotros mismos, una ligera modificación en el dispositivo tiene a menudo fuertes impactos sobre la percepción, creando una nueva perspectiva desde la que observar la experiencia vital. Esto repercute sobre los comportamientos que llevas a cabo y sobre los resultados que de ellos obtienes. Por tanto, un rediseño del aspecto mental de la percepción es una posible aplicación de la “ingeniería del pensamiento”.
Quizá te preguntes qué me hace pensar que cuento con esa habilidad, aparte del hecho de que me apasione pensar y explorar las formas del pensamiento. La respuesta es la siguiente. Llevo más de seis años compartiendo mis pensamientos en una página en Internet. El título de la misma es “El sentido de la vida“, lo que quizá te sugiera que llevo más de seis años haciéndome preguntas alrededor de la pregunta “¿Cuál es el sentido de la vida?”. De esa pregunta derivan otras muchas como ¿Existe un sentido en la vida?, ¿Debo siquiera buscarlo? ¿Obtengo mejores resultados si busco un sentido a la vida o si le doy un sentido a la vida? ¿Cómo evalúo si unos resultados son mejores qué otros? ¿Qué criterios me sería útil establecer? ¿Qué significa dar sentido a la vida? ¿Me conviene formular la pregunta como “¿Qué significa dar un sentido a mi vida?” en vez de “¿qué significa dar un sentido a la vida?” (a veces resulta útil hacer preguntas sobre las propias preguntas), ¿Existe un sentido inherente a cada ser humano? ¿Existe un sentido común a todos los seres humanos? Si así fuera, ¿cuál sería y qué aspecto tendría? ¿Qué sucede a medida que uno va consiguiendo dar más y más sentido a su vida? ¿Qué nos indica que estamos progresando? ¿Cuáles son las referencias sensoriales? ¿Qué se siente, se ve, se oye, se huele y se saborea? ¿Cómo medir el progreso del mismo proceso? ¿Cómo darle mayor sentido a la propia vida? ¿Cómo saber que se está progresando?
La actividad que se deriva de una única pregunta (¿Cuál es el sentido de la vida?) gira en torno a la misma raíz del ser humano, gira en torno a la propia experiencia del ser. Las respuestas arrojan nuevas preguntas y las diferentes implicaciones de cada nuevo camino que se abre deben ser consideradas cuidadosamente. Lo que trato de decir es que se trata de un área compleja y que exige una enorme cantidad de trabajo, trabajo que llevo realizando durante aproximadamente la última década y que me ha permitido reunir una gran cantidad de conocimiento al respecto. Lo que me gustaría hacer ahora es compartir ese conocimiento contigo para ayudarte a mejorar tu propia experiencia de la vida, y es por esto que escribo esta página.
Me gusta escribir. Disfruto con la comunicación escrita. En estos seis años de escribir todas las semanas he desarrollado la capacidad de refinar continuamente mis dotes comunicativas. Esto significa, entre otras cosas, que soy capaz de comunicar más significado con menos palabras. He desarrollado la capacidad de crear frases y pensamientos que contienen una gran cantidad de significado, y también soy ahora hábil en intuir si el lector será capaz de comprender el sentido exacto de la comunicación. El proceso requiere de un equilibrio muy fino. Si empleo pocas palabras con mucho significado, pocos lectores serán capaces de comprender ese significado. Si decido emplear más palabras para transmitir el mismo significado, corro el riesgo de que el lector que lo hubiera entendido con menos se pierda al ampliar la composición del mismo mensaje. En cierto modo, al escoger mis palabras, debo decidir a cuántos lectores seré capaz de llegar. Lo que unos entenderán con una única frase será un galimatías sin sentido para otros. Esta es una de las caras del arte de la comunicación en su versión escrita, arte en el que me esmero en mejorar en cada escrito.
Resumiendo: mi pasión por el pensamiento, mi conocimiento acerca de cómo construir conceptos mentales sólidos y bien anclados en la realidad sensorial, mi pasión por investigar el sentido de la vida y las conclusiones que de ello extraigo, y mi capacidad de comunicar, me sitúan en una posición ventajosa en la “disciplina” de la ingeniería mental aplicada a mejorar la experiencia de ser humano. Espero ser capaz de utilizar todas estas capacidades en tu beneficio y el mío propio, y a la vez conseguir que ambos disfrutemos del proceso. Entiendo que la cooperación y la colaboración (co-laboración, trabajo cooperativo) son dos de las fuerzas más poderosas del Universo, o quizá su base fundamental.
Cierro ya esta columna. Si hay algo que verdaderamente quiero comunicar en este texto es el párrafo inicial, que repito aquí ahora para tu mejor comprensión:
Imagina por un momento que el ser humano tuviera dificultades con sus pensamientos. Imagina que pensara de una manera deficiente, mejorable. Imagina que el ser humano pudiera pensar de otra manera, de una manera más constructiva; más constructiva para él y para aquellos que le rodean. Imagina, directamente, que actualmente no supiéramos pensar o que lo hiciéramos muy mal. Después de todo, ¿quién te ha enseñado a pensar? Probablemente tú mismo, y lo mismo sucedió a tus padres, a tus abuelos y a todos aquellos que vivieron antes que tú. Cada uno tuvo que aprender a pensar por sí mismo. De la misma manera que nadie nos enseña a hablar, sino que aprendemos sobre todo por imitación, nadie nos enseñó a pensar. Debimos aprender a pensar por nosotros mismos usando el ejemplo de otros.
Date cuenta de lo que eso significa. Si deseas reducirlo todo a un único concepto, lo expresaré ahora con menos palabras y de manera más precisa: existe la posibilidad de que tu manera de pensar sea muy mejorable.
PD: Si has conseguido seguir este texto hasta el final, ambos estamos de enhorabuena. Hemos conseguido conectar a un nivel diferente del habitual. Si has experimentado problemas para comprender el texto íntegramente, o para dar un sentido a ciertas partes del artículo, es muy posible que estemos ante un problema de incomunicación entre diferentes estados de consciencia. Elige pensar que existe un potencial en esa limitación en la manera de comunicarnos y que ambos podemos beneficiarnos de la experiencia. Elige pensar mejor. Por ti y por mí.
Gracias.


Invertir en uno mismo

Una de las primeras cosas que recuerdo a mi padre tratando de transmitirme era esta: “En mi vida, el primero soy yo”. No lo decía exactamente así, sino que decía “Para poder hacer felices a los demás, primero debo ser feliz yo”. Por obvio que resulte el concepto cuando uno lo comprende, mucha gente sigue entendiéndolo como algún tipo de derivado del egoísmo. Sin embargo, tú no eres tu ego; eres algo más grande y que contiene a tu ego aparte de muchas otras cosas. Y yendo un poco más lejos, variosniveles neurológicos por encima, tú eres lo que haces. Fundamentalmente eres una expresión de tu propósito en la vida. Puede que para ser feliz quieras hacer felices a otros a tu alrededor. Ambas cosas pueden estar perfectamente alineadas, y visto así tiene muy poco que ver con lo que normalmente se entiende por egoísmo.
Graba esto en tu mente porque es un pilar principal de toda esta experiencia: “En tu vida, lo más importante eres tú”. Si no lo comprendes todavía, actúa como si fuera cierto igualmente. Tus resultados cambiarán espectacularmente. Tú eres el centro de tu vida. Todo tu universo personal, toda tu experiencia de la vida, emana de ti mismo. Serás incapaz de respetar a otros hasta que no te respetes a ti mismo; tampoco los demás te respetarán si tú no te respetas a ti mismo. Si quieres que te respeten, debes mostrar a otros cómo lo haces tú. Serás incapaz de hacer felices a otros hasta que no seas capaz de hacerte feliz a ti mismo; tampoco otros te harán feliz hasta que no lo hayas hecho tú antes contigo mismo. Serás incapaz de amar a otros hasta que no te ames a ti mismo; tampoco otras personas te amarán hasta que tú no te ames a ti mismo. Amarse a uno mismo incluye conceptos como el respeto, la autoestima, la honestidad y la consciencia entre otros.
¿Cómo puede hacerte alguien feliz si tú no sabes lo que es estar feliz? ¿Cómo te lleva alguien a un estado que tú desconoces en ti mismo? ¿Cómo se supone que vas a llegar hasta allí si no sabes adónde vas? ¿Cómo muestras a otros lo que significa para ti ser respetado? ¿Pides a los demás que te amen cuando tú no te amas a ti mismo? Tú debes ser el ejemplo, tú debes dar el primer paso. Tú debes encontrar el camino en tu interior. Los demás te respetarán de manera natural cuando tú les muestres cómo lo haces contigo.
Hablando en términos generales, vivimos en una época en la que nos respetamos muy poco. Carecemos de criterios según los cuales estimar nuestros actos, y desconocemos qué son exactamente el bien y el mal según nuestro propio entendimiento. No somos conscientes de nuestros valores y, por tanto, vivimos ajenos a ellos. No tenemos una visión de la sociedad a la que podamos contribuir con nuestras acciones. No tenemos objetivos. No sabemos lo que queremos para nosotros más allá del fin de semana o de las vacaciones de semana santa. Nos conocemos muy poco, desconocemos las cosas que nos hacen realmente felices y nos llenan y, por tanto, a menudo nos sentimos vacíos e insatisfechos llenándonos el espíritu de actividades vacuas y consumismo caro que pagamos con nuestro tiempo y nuestra energía, con nuestra propia vida. Vivimos una época de soluciones rápidas, buscando experiencias que se asemejan a un chute de droga. Las sensaciones nos llenan un rato y luego quedamos igual o peor de lo que estábamos. Bienvenidos a la era de la gratificación instantánea. Hoy, el mundo se arregla con una pastilla.
Invertir en uno mismo puede ser extremadamente barato. Un primer paso puede consistir en tomarse algo de tiempo en investigar las fuentes de la propia satisfacción; darse cuenta de qué es lo que uno realmente valora, qué actividades le resultan gratificantes y le llenan por dentro dejándole una mezcla de satisfacción interna y de ganas de repetir. Saciar el hambre del espíritu. Investigar y establecer criterios y valores que nos ayuden a decidir lo que queremos para nosotros y lo que no.
Empezar a tomar decisiones en este sentido puede tener un gran impacto en tu vida. Decidirás a qué lugares quieres ir y a cuáles no irás bajo ningún concepto. Decidirás de qué personas te quieres rodear y de cuáles no quieres saber nada por considerarlas simplemente tóxicas para ti. Explorarás qué comida te sienta bien y qué te sienta mal e introducirás cambios en tu dieta. Dejarás atrás tus adicciones y cambiarás tus hábitos por otros alineados con tu estilo de vida.
El mero hecho de tomar consciencia de tus criterios y de tus valores tiene un gran impacto en tu vida y te puede llevar a cambiar de amigos, de trabajo o de actividades. Por otra parte, regirte mediante tus propios criterios te convierte automáticamente en una persona más atractiva para los demás. Al valorarte a ti mismo, con el tiempo adquieres cada vez más valor y, para otros, el simple hecho de estar contigo resulta estimulante a muchos niveles. Sabes lo que quieres y lo persigues. Si quedas con alguien, la otra persona sabe que no se trata de que no tuvieras nada mejor que hacer, sino que tienes un interés activo en encontrarte con ella para pasar un buen rato. Al tomarte en serio tus actividades y disfrutar con ellas, mucha gente se interesará por las mismas. Regirte por tus propias directivas te permite crear una vida ajustada a tus necesidades, con la gente que te gusta y llena de actividades que te sacian interiormente y que son un reflejo de lo que, en el fondo de ti, eres.
Invertir en uno mismo no es necesariamente una cuestión de dinero; basta con invertir algo de tiempo y atención sobre uno mismo y sus circunstancias para lograr cambios importantes. Por supuesto, el dinero nos permitirá acceder a otros recursos que nos resultarán de gran ayuda en nuestra evolución o desarrollo personal. Puedes invertir en ti mismo en cualquier momento dependiendo de la cantidad de dinero que puedas destinar.
Cualquier empresa que desee mantener una evolución sostenible en su mercado invierte aproximadamente en torno al 10% de sus ingresos en su propio desarrollo. Esa parte de los beneficios se emplea en cursos de formación de los trabajadores, renovación de la maquinaria, investigación de nuevos procesos, exploración de mercados… Puedes considerar tu propia vida como tu empresa. ¿Inviertes tiempo en ti mismo? ¿Inviertes dinero? ¿Qué cantidad anual inviertes en tu desarrollo? ¿Cómo esperas crecer si no dedicas parte de tus beneficios a descubrir y potenciar tus propios recursos? Ten en cuenta que tú eres tu mayor valor, tu principal activo, de la misma manera que la empresa es el principal activo de la propia empresa.
Puede ser algo tan sencillo como hacer algo que te haga sentir mejor. Hace sol; sal y compra un helado. Te interesan los ordenadores; compra un par de revistas mensualmente. Quieres desarrollar la memoria; cómprate un libro sobre el tema y comprométete a practicar. Quieres mejorar tus posibilidades laborales; aprende inglés o asiste a algún seminario relacionado con tu sector. Aprende, desarrolla nuevas habilidades, explora nuevas posibilidades. Invierte en conocimiento. Invierte en tus relaciones. Cada pequeño avance tendrá repercusiones futuras en diferentes áreas de tu vida. Haz todo lo necesario para sentirte bien y fomentar tu felicidad futura, una felicidad sólida, estable y cimentada en ti mismo y no en circunstancias externas ajenas a tu control. La suerte es la suma de la preparación más la oportunidad. Sólo aquel que está preparado es el que repara en esa ventana que se abre apenas un instante en el tiempo.
En mi caso, y gracias a los consejos de mi padre, siempre tuve claro más claro que muchos que yo era lo primero. Ahora estoy llevando este entendimiento a un nivel superior y cada vez soy más consciente de mi importancia en mi propia vida. El mero hecho de escribir que soy lo más importante de mi vida me resulta ya casi estúpido por excesivamente obvio. Sólo en los dos últimos años he invertido 3.000 euros en mi propia formación y adquisición de conocimientos y experiencias, y sólo en el próximo año ya invertiré otros 3.000 euros más. Los beneficios de esta inversión me resultan más y más obvios cada mes que pasa, y estoy tremendamente satisfecho con estas decisiones.
Para mí, el trainer y el master de PNL han sido una gran experiencia. Para poder transmitir lo que ha significado para mí adquirir estos conocimientos te plantearé la siguiente metáfora:
¿Recuerdas cuando ibas al colegio? En tu día a día te preocupabas por la ropa que llevabas, por lo que otros pudieran pensar de ti, porque se te viera con determinadas personas, porque nadie te encontrara en determinados lugares. Que otros pudieran hablar mal de ti te podía quitar el sueño. Hoy, quizá 20, 30 ó 40 años después, has adquirido una serie de conocimientos, una experiencia, que te permite recordar aquellos tiempos y reírte de ti mismo, de tu ignorancia sobre cómo funcionan las cosas de la vida y de lo mal que lo pasaste en comparación a cómo te encuentras hoy en día. En todo ese tiempo has cambiado o, como se dice comúnmente, has madurado. Yo prefiero el término ‘evolucionar’. Mientras vivas, estarás evolucionando. En las próximas décadas adquirirás una serie de conocimientos y una sabiduría que hará que de aquí 20, 30 ó 40 años te permitas observarte a ti mismo ahora y reírte de ti, de tu ignorancia sobre cómo funcionan las cosas de la vida y de lo mal que lo puedas estar pasando en estos momentos. Bien. Ahora imagina que pudieras adquirir esos conocimientos, en vez de 20, 30 ó 40 años, en 2, 4 ó 6. Imagina que pudieras cubrir ese proceso evolutivo en un tiempo diez veces menor. ¿No sería fantástico? ¿Cómo cambiaría tu vida? ¿Cuáles serían las consecuencias? ¿Qué te depararía el futuro? ¿Qué puertas se abrirían? ¿Con qué nuevas opciones contarías? ¿Qué sueños podrían resultar entonces asequibles? ¿Cómo sería haber integrado gran parte de la sabiduría sobre la vida y haber tenido acceso a una gran fuente de conocimiento humano? Piensa que podrías ser una nave espacial y estar conduciéndote a ti mismo como un 600. ¿Realmente crees que has terminado de aprender a hablar? ¿Realmente piensas que has terminado de aprender a manejarte a ti mismo? ¿Qué te hace pensar eso? La vida es un aprendizaje que continúa cada día hasta el último.
En mi caso he comprobado en dos años, fundamentalmente, una reducción drástica del drama en mi vida, una mayor comprensión de mí mismo y de los que me rodean, una significativo aumento de mi autoestima, un mayor entendimiento de los procesos mentales y del impacto que tienen en mi vida, una enorme comprensión del lenguaje y de las implicaciones de su uso sobre mí y sobre otros, una mayor facilidad para detectar aquellas influencias negativas en mi entorno y una gran efectividad a la hora de deshacerme de ellas. También he tomado consciencia de mis valores y he establecido criterios en mi vida que me permiten decidir qué es para mí importante y qué es completamente irrelevante y por tanto directamente descartable. El cambio ha sido tan radical que a veces me pregunto qué tipo de vida llevaba yo antes y cómo pude sobrevivir tanto tiempo en esas condiciones. Ahora me resulta fácil ilusionarme con mis proyectos futuros e imaginar posibilidades. Saber cómo eres y cómo funcionas, e ir descubriendo poco a poco quién eres y para qué, es para mí la única manera digna y merecedora de vivir.
Invierte en ti mismo. Es una gran decisión.

“La mayor parte de la gente sobreestima lo que puede hacer en un año e infravalora lo que puede hacer en cinco”
—Anthony Robbins

Cuando perseguimos una meta o un objetivo, cuando estamos tratando de lograr un resultado en nuestras vidas, seguimos (consciente o inconscientemente) cinco sencillas directrices:
1.    Tener un resultado en mente
2.    Ponerse manos a la obra
3.    Usar nuestra agudeza sensorial
4.    Ser flexibles
5.    Tener la fisiología y la psicología de la excelencia
Imagina que quieres, por ejemplo, atarte un zapato. Tienes una idea del resultado que quieres lograr. Te pones manos a la obra. Empleas tu agudeza sensorial para sentir y ver los cordones y saber qué estás haciendo exactamente con ellos. Si surgen pequeños inconvenientes, los resuelves de la mejor manera posible. Y por último, lo haces de la mejor manera posible dadas las circunstancias, y además estás comprometido a seguir hasta el final. Evidentemente, atarse un zapato, a estas alturas de la vida, es un objetivo poco ambicioso a menos que te estés rehabilitando de un accidente de moto; pero constituye un buen ejemplo de proceso hacia el éxito.
Hacer uno, dos, tres o cuatro de estos pasos no es suficiente. ¿De qué sirve ponerse a hacer algo si no tienes un resultado en mente? ¿De qué sirve tener un resultado en mente si no vas a ejecutar las acciones necesarias? ¿Cómo vas a lograr el resultado si ignoras o no buscas el feedback del proceso? ¿Podrás lograr el resultado si no eres flexible ante los obstáculos? ¿Cuántas veces has perdido algo por no haber sido lo suficientemente flexible a la hora de obtenerlo?
Veamos estas cinco directrices en más detalle:

1. Ten un resultado en mente
En PNL preferimos denominar “resultado” a un objetivo o meta. Esto elimina algo de la presión y el sentido de finalidad que está implícito a la palabra objetivo, permitiendo además añadir más flexibilidad.
Necesitas, y esto es realmente importante, tener un resultado en mente para cualquier cosa que hagas, por pequeña que sea. Elegir no hacer nada o andar perdido por la vida es un resultado en sí mismo, aunque sea adoptado de manera inconsciente. Si no tienes un objetivo para el día de hoy y encuentras a un amigo que sí que lo tenga, lo más probable es que acabes haciendo algo para que él lo consiga. Y es posible que, de manera evidente o no, te enfades con tu amigo por haberse aprovechado de ti cuando en realidad has sido tú el que ha preparado el escenario para que suceda. Sé consciente de las decisiones que estás tomando en tu vida y las consecuencias, positivas o negativas, que de ello se desprenden. Si tú no te responsabilizas de tu propia vida, alguien lo hará.
Si no tienes tus propios planes, terminarás siendo un peón en los planes de otros. Y acabarás sintiéndote frustrado, resentido y amargo, buscando culpables fuera cuando lo cierto es que tú eres el único culpable.
¿Qué es lo que quieres obtener leyendo este artículo? Si simplemente es leerlo, entonces felicidades; ¡lo estás consiguiendo! Yo te aconsejo otra alternativa: mientras lees cada sección, encuentra una idea que, si la adoptaras, cambiase tu vida para mejor.
Es realmente importante partir con un resultado porque ayuda a la mente inconsciente a enfocarse, explorando y movilizando los recursos de una manera mucho más eficaz y creativa. Permite mantenerse centrado en el proceso, eliminando distracciones y concentrando la energía de la que dispones.

2. Ponte manos a la obra
Mucha gente tiene un resultado que quiere lograr pero no emprende las acciones necesarias para conseguirlo. Se trata de un desperdicio de tiempo y otros recursos. A menudo hablamos o escuchamos hablar a otros apasionadamente sobre construir o conseguir algo importante, pero también a menudo evitamos comprometernos con ello y se queda en una ilusión.
Evita planear resultados que después no vas a perseguir. Si lo haces, estás desperdiciando tu tiempo y tu energía, y además estás socavando la confianza de otros en ti y tu propia confianza en ti mismo. Si no lo vas a hacer, simplemente ten el coraje de descartarlo desde el primer momento. Aprende a comprometerte con aquello que de verdad deseas para ti.

3. Utiliza tu agudeza sensorial
Para saber que estás avanzando en tu camino necesitas saber adónde quieres llegar. Una vez sabes adónde quieres llegar, necesitas una manera de saber que estás haciendo progresos. Si no te detienes a evaluar tus progresos, podría suceder que te estuvieras desviando. Podría incluso suceder que ya estuvieras obteniendo lo que deseas y ni siquiera lo sepas. O incluso, en el extremo, podrías estar avanzando en dirección contraria. Necesitas por tanto una manera de medir tus progresos y tener la certeza de que te aproximas al resultado que estabas deseando.
Imagina que estás conduciendo por una autopista y encuentras una señal que te indica claramente que estás fuera de la ruta que tenías prevista. Puedes tomar nota de esta información o, como hacemos a menudo en la vida, ignorar la señal y seguir conduciendo. ¿Has hecho algo así alguna vez? Yo sí, en particular cuando no he estado prestando atención a lo que realmente es importante para mí y a lo que estoy haciendo en mi vida, y también cuando no he estado preparado para admitir que había cometido un error.
Desarrolla y utiliza, pues, tus sentidos para recoger información sobre tus avances y asegúrate de que sigues en la dirección que te lleva al resultado que deseas obtener.

4. Sé flexible
Algunos vemos las señales de la vida claramente, pero elegimos no admitir que necesitamos cambiar de dirección o corregir nuestros comportamientos. Otras veces detenemos el coche y damos patadas a la señal, maldiciéndola por decirnos algo que no estamos dispuestos a admitir, para luego volver a subir al coche y continuar en la misma carretera simplemente esperando que todo se resuelva bien de un modo u otro. Otras veces sencillamente no contamos con los recursos necesarios para corregir la situación en ese momento.
En el ejemplo anterior, puedo elegir darme cuenta de que he conducido en la dirección incorrecta y esperar que, si sigo conduciendo el tiempo necesario por esta carretera, al final todo se arregle. Es, con toda certeza, más inteligente, ver la señal y decidirse a explorar qué otras opciones tengo disponibles en este momento. Cuantas más opciones tenga, de más maneras diferentes podré salir de la situación en la que me encuentro.
La flexibilidad, la variedad de recursos, es por tanto fundamental a la hora de lograr resultados.

5. Desarrolla y mantén una fisiología y una psicología de excelencia
La fisiología es la manera en que presentas tu cuerpo. Tus gestos, tu postura, la manera en que respiras… Tus pensamientos y tus representaciones internas afectan tu fisiología. A su vez, tu fisiología afecta tus representaciones internas. Es, por ejemplo, muy difícil sonreír y tener un pensamiento negativo, o dejar caer tus hombros y doblar la espalda y tratar de sentirse confiado y poderoso. Por tanto es muy importante conseguir que tus pensamientos y tu fisiología se manifiesten de manera que te ayuden a conseguir los resultados que persigues. La congruencia es una actitud fundamental a la hora de manejarse por la vida.
Si no tienes confianza, actúa como si la tuvieras. Si no te sientes seguro, actúa como si lo estuvieras. Los ingleses lo resumen en la frase “Fake it until you make it”, que podría traducirse como “Haz como si lo fueras hasta que lo seas”. Si estás hablando en público, te conviene hacer como si estuvieras tranquilo hasta que finalmente te invada la sensación de tranquilidad. Es mucho más efectivo que mostrarse nervioso desde el principio esperando relajarse espontáneamente en algún momento indeterminado.
Si consigues hacer algo en tu mente, tendrás la mitad del trabajo ya hecho. Así pues, asegúrate de que gestionas tus recursos mentales de una manera efectiva durante todo el proceso. Mantener la actitud mental correcta te pondrá en una disposición mucho más adecuada para lograr los resultados que deseas.
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Evolución humana inteligente

Miedo al éxito

El miedo puede ser una emoción que impregne muchas áreas de nuestra vida. No sólo existe el miedo al fracaso y estamos muy familiarizados con él, sino que también existe un miedo mucho más sutil y desconocido: el miedo al éxito.
Sí; uno también puede temer conseguir lo que tanto ansía. Y no sólo eso, sino que es posible que haga todo lo necesario para evitar conseguirlo. El autosabotaje inconsciente es un patrón muy habitual en este camino.
En ocasiones nos ponemos metas que deseamos cumplir, resultados vitales que deseamos obtener. Sin embargo, con el tiempo, no parece que estemos avanzando hacia nuestro objetivo. No es el miedo al fracaso lo que nos detiene. Tampoco es el miedo al rechazo. El camino hacia la meta está relativamente claro, y de vez en cuando hacemos un progreso en el mismo, pero la mayor parte del tiempo no somos capaces de entrar en ese estado de flujo en el que avanzamos de manera fácil y natural hacia nuestro objetivo. Este escenario suele tener lugar con resultados a medio o largo plazo que requieren de acción intermitente, como pueden ser perder peso o emprender un negocio que nos permita dejar nuestro trabajo actual.
Hay varias razones que explican esta ralentización en el progreso, ese estado en el que sentimos que vamos con el freno de mano puesto.
La primera razón es, en términos de PNL, la razón ecológica. Cada uno de nosotros está inmerso en un sistema o en varios: la familia, los amigos, el ambiente laboral. Mientras avanzamos en nuestro camino hacia el objetivo, vamos cambiando. Esos cambios se van propagando al resto del sistema y tienen un impacto sobre el mismo. Si por ejemplo quiero dejar de fumar pero el resto de mi familia fuma, deberé contar con que el sistema me pondrá las cosas especialmente difíciles. Cada uno de los miembros fumadores se sentirá cuestionado en su hábito y reaccionará en consecuencia. Cualquier cambio que emprendas en ti mismo tendrá consecuencias sobre el área social en el que te muevas. ¿Estás preparado para ellas? ¿Puedes anticipar esas consecuencias y actuar para minimizarlas? ¿Cómo podrías reducir las resistencias en tu entorno?
Otra razón por la que a menudo sentimos miedo al éxito es porque hemos asociado lo que hacemos con lo que somos. Si fumo, soy fumador. Si estoy gordo, soy gordo. Las cosas que hacemos o nuestras circunstancias se han convertido en parte de nuestra identidad, y nos resistimos a abandonar estas cosas porque sentimos que abandonamos también una parte de nosotros. ¿Qué pasará si dejas de fumar? ¿En quién te convertirás? ¿Qué pasará si adelgazas? ¿En quién te convertirás? ¿Realmente estás preparado para asumir una nueva identidad? ¿Realmente estás preparado para dejar de ser una cosa y pasar a ser otra? ¿Estás listo para ser ex-fumador? ¿Estás listo para ser alguien delgado? Pueden parecer preguntas poco relevantes, pero a nivel inconsciente este tipo de transformaciones generan enormes resistencias.
De acuerdo con los niveles neurológicos, estamos hablando de cambios en el nivel del ser, en lo alto de la pirámide. Ser fumador implica una determinada identidad, y es muy diferente de ser no-fumador. Esta diferencia afecta al resto de niveles de la pirámide. Cuando efectúes la transición, cambiarán tus creencias y tus valores. Además del hábito de fumar, otros hábitos secundarios se verán afectados. Quizá cambien el tipo de personas con el que te relaciones y los sitios a los que vayas. Cualquier cambio en el nivel de la identidad tendrá consecuencias importantes en la vida, y no siempre estamos preparados para afrontar todo lo que de ese cambio se deriva. En ocasiones un cambio en la identidad altera demasiado nuestro comportamiento habitual como para resultar soportable, tanto para bien como para mal.
Una pregunta interesante en cualquier cambio vital relevante es la siguiente “¿Qué sucederá si lo consigo?”. Olvídate de lo que esperas que suceda o tengas miedo de que suceda. Simplemente, considera lo que sucederá con toda probabilidad. Imagina que consigues tu meta. ¿Y entonces? ¿Qué cambiará una vez hayas conseguido tu objetivo?
Evita las respuestas breves y obvias del tipo “Si pierdo peso estaré delgado”. Apaga la tele, la radio y otras distracciones y tómate unos minutos para pensar largo y tendido en qué sucederá una vez hayas logrado tu meta. A menudo hay muchos efectos secundarios que puedes haber pasado por alto y que inconscientemente estén oponiendo resistencia. Por ejemplo, si pierdes peso, ¿qué sucederá? Estas son algunas de las cosas que puedes encontrar: la gente se dará cuenta y te lo señalará, estarás expuesto a posibles piropos o a que alguien reconozca tu esfuerzo, otros pueden pedirte consejos al respecto, puede que sientas la necesidad de continuar con un cierto estilo de vida para mantener tu peso, necesitarás comprarte ropa nueva, probablemente te encuentres más atractivo y otros lo noten, puede que haya gente que sienta envidia porque has conseguido adelgazar, tu familia puede resistirse a tus cambios de peso por distintos motivos, puede que te preguntes si serás capaz de mantenerte en tu nuevo peso, puede que te preocupe no volver a comer determinados alimentos, etc. Cada meta conseguida viene acompañada de una serie de consecuencias que a menudo se nos pasan por alto. Sucesos en principio positivos, como recibir piropos o reconocimiento, pueden ser difíciles de encajar para determinadas personas.
El éxito requiere cambio, y el cambio siempre conlleva un precio que pagar. Incluso pasar a ser millonario puede resultar complicado, y mucha gente que gana la lotería pierde todo su dinero en unos pocos años porque no es capaz de manejar su nueva situación. A veces queremos lograr determinadas cosas sin darnos cuenta de que el precio a pagar es demasiado alto, o que las consecuencias negativas superan con creces las consecuencias positivas. Una manera de reducir el impacto de las consecuencias negativas es tomarse el tiempo para ponerlas sobre la mesa y examinarlas de una en una. Para cada una de ellas, las posibilidades son: eliminarla, reducir su impacto, o aprender a vivir con esa consecuencia.
Por supuesto es agradable y útil mantenerse enfocado en la parte positiva de la meta, pero recuerda que cualquier logro tiene una cara oculta y que tendrás que aceptar la moneda completa. Obtener los resultados que estás buscando te reportará consecuencias de todo tipo, y debes estar dispuesto a hacerte cargo del lote completo.
A diferencia de otros miedos, como el miedo al fracaso o el miedo al rechazo, el miedo al éxito es más complejo porque generalmente es inconsciente. ¿A quién se le va a ocurrir que ganar la lotería pueda tener también una cara negativa? ¿Dejar de fumar puede tener consecuencias negativas?
No se trata tanto del miedo al éxito sino del miedo a las consecuencias del éxito, del miedo a sus efectos secundarios. Muchos de estos efectos secundarios pueden ser muy poco deseados. Los miedos que no son evaluados conscientemente tienden a hacerse cada vez más grandes. La razón es el mero condicionamiento: cuando evitas algo, automáticamente fortaleces el patrón de evitar ese algo, ya sea consciente o inconscientemente. Cuando evitas trabajar en tus metas debido al miedo al éxito, refuerzas el hábito de la postergación y, con el tiempo, cada vez te resulta más difícil emprender acciones.
La mejor manera de atajar este tipo de comportamientos es ir directamente a la raíz del miedo preguntándose “¿Qué sucederá si lo consigo?”. Analiza las consecuencias “negativas” de tu logro y observa qué es lo que se encuentra detrás de cada una de esas consecuencias que te disgusta. El miedo tiende a encogerse bajo el escrutinio de la consciencia, ya que es aquello que desconocemos lo que realmente tememos. Si no te gusta la palabra miedo para definir estos comportamientos, puedes pensar que, cuando uno analiza estos patrones de huida, éstos tienden a parecer más sencillos y rectificables.
Una ventaja adicional a la hora de solventar las posibles consecuencias negativas es que, una vez que son conocidas, uno puede solucionarlas de una manera inteligente. Por ejemplo, de vuelta al ejemplo de perder peso, si pierdes muchos kilos, probablemente necesitarás ropa nueva. Si no dispones de dinero para comprar ropa nueva, este pequeño problema puede ser suficiente para que tu inconsciente te impida adelgazar. Una vez que examinas la situación conscientemente y aseguras maneras de solucionar las consecuencias de tu adelgazamiento, estás dando luz verde al inconsciente para que trabaje en hacerte perder peso.
¿Qué sucederá si lo logras? ¿Qué sucederá si dejas de fumar, si pierdes peso, si creas tu propio negocio, si abres tu propio restaurante? ¿Qué sucederá?
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